Rayo su nombre en la pared,
una costillas extraña,
para brotar del yeso y de la cal.
Esta mañana discutí con su amasijo
de huesos callados, tendones rotos,
mandíbula caníbal.
Confío en que la lenta combustión del tiempo
-los fuegos fatuos amarillos-
devolverán su carne, légamo y hierba roja
donde despertarse echado.
De aquí cien años nadie
leerá mas que erosión, como los poros
que se comportan
igual que llagas supurantes.
sábado, 13 de junio de 2009
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