sábado, 13 de junio de 2009

Rayo su nombre en la pared,
una costillas extraña,
para brotar del yeso y de la cal.

Esta mañana discutí con su amasijo
de huesos callados, tendones rotos,
mandíbula caníbal.

Confío en que la lenta combustión del tiempo
-los fuegos fatuos amarillos-
devolverán su carne, légamo y hierba roja

donde despertarse echado.
De aquí cien años nadie
leerá mas que erosión, como los poros

que se comportan
igual que llagas supurantes.

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